Imponentes
como una yunta de bueyes jóvenes,
vienen tus uñas por la noche
a labrar mi espalda.
Esparciendo semillas de amor,
pacientes, en cada surco,
hacen promesas que en verdad
no cumplirán jamás.
Yo, mismo así, daré mi tierra
a la voluntad de tus manos
aunque la semilla sea estéril
y tus besos no tengan intención
de crear raíces más profundas.
Y si la lluvia tarda en venir
estropeando tu labor,
no lloraré ni me estaré triste.
Pues cuanto atraviese este yermo
volveré a intentarlo
en otros terrenos, vírgenes o no,
una y otra vez, hasta que éste siclo
se cumpla en mí.